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“Cruzar el agua”, una novela sobre desplazamientos

El viernes fui a la presentación de la nueva novela de Luisa Etxenike, Cruzar el agua publicada por Nocturna Ediciones. No me dio tiempo de leer el libro antes de la charla y tomé algunos apuntes, pero he tenido mucho cuidado de no memorizar nada de lo que se dijo para leerlo con una mirada propia, sin ninguna sugerencia. Y lo conseguí. Por eso volver a esos apuntes ahora me asombra doblemente. Por las partes que pensaba yo misma al leer el libro y por las que no llegue a poner en palabras pero que intuía de la misma manera.


En Cruzar el agua nos encontramos con las historias de tres personajes muy distintos que, juntados en la vida, llegarán a combatir sus miedos, sus debilidades y luchar por un futuro mejor. Manuela es una inmigrante colombiana que no quiere volver y, a diferencia de otras mujeres inmigrantes que conoce, no echa de menos a su tierra ni a los suyos. Como dijo Luisa en la presentación: No todos los migrantes son los Ulises que quieren volver, algunos son Eneas. Juan Camilo, el hijo de Manuela de nueve años, desde que aterrizaron en su nueva vida no habla. Su mudez no parece un problema físico, ni tampoco uno generado por la nostalgia. ¿Qué pudo callar a un niño feliz de esta manera? E Irene. Irene es sin duda mi personaje favorito, un ancla que me mantuvo pegada a las páginas. Irene era diseñadora de moda, pero tras un accidente que la dejó ciega ya no lo es. ¿O si?


Manuela trabaja para Irene como limpiadora, pero sueña con tener un día un trabajo que no sería trabajar simplemente con las manos. Juan Camilo tiene un secreto y lo guarda para que nadie haga daño a su madre. Irene finge nadar sola, mar adentro, a pesar de ser ciega, pero realmente usa un arnés para poder volver a la orilla. Tres personas, tres vidas, tres problemas muy distintos. De alguna manera se encuentran y juntos nadan contra la corriente y parece que ninguno saldrá adelante si uno se queda atrás. Cada uno tiene un agua que tiene que cruzar.


No os voy a contar mucho más sobre la historia para no destriparla, solo quiero destacar dos cosas más. La novela entera surgió a partir de una imagen que aparece en el libro anterior de la autora, Aves del paraíso. El personaje principal de aquella historia vio a distancia a una mujer que se metía con ropa al mar. Esa mujer es el origen de Irene, su deseo de nadar como antes. Y la segunda cosa en una reflexión a la que todavía sigo dándole vueltas: Juan Camilo se refugia en su silencio. Por ciertos acontecimientos de su pasado ve las palabras como una fuente de mal y por eso su silencio se convierte en una fuente de bien, aunque no lo sepa nadie más que él mismo. Pero su mudez en cierto modo lo hace invisible, la gente deja de hacerle preguntas y permite que se refugie en ese autoimpuesto mutismo. Es curioso que sea Irene, una ciega, una persona que se siente a menudo desnuda frente a los demás, quién sabe muy bien cómo hablarle, cómo interactuar con él. La relación entre los dos es realmente hermosa. Y aquí me vienen de vuelta las palabras de Pilar Rodríguez, una experta en literatura, cine, comunicación y estudios de género, quién en la presentación de Cruzar el agua dijo que al leer la novela no pudo evitar pensar en la teoría de cuidados de Kristen Swanson. Según ella la armonía entre mente, cuerpo y alma se consigue a través de una relación de ayuda y confianza entre la persona cuidada y el cuidador. En Cruzar el agua no hay la típica relación de dependencia que tantas veces está presente entre el cuidado y el cuidador, pero, sin duda ninguna, las relaciones tejidas entre sus personajes principales son lo que les lleva a recuperar el equilibrio. En cierto modo todo el libro nos devuelve la fe en la solidaridad humana y la importancia de la amistad y la amabilidad. 

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